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Salud

Si la contaminación fuese un agente infeccioso estaríamos hablando de una pandemia mundial

18 noviembre, 2019

Eduardo Costas
Catedrático de Genética de la UCM
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE FARMACIA

Hace 250 millones de años toda la vida sobre la Tierra estuvo a punto de desaparecer. Y, por más que nos sorprenda, la causa última fue la contaminación atmosférica.

En aquel tiempo proliferaba una extraordinaria diversidad de animales y plantas que, como se extinguieron, nos resultan totalmente desconocidos (por ejemplo, dinocefalios, gorgonópsidos, dicinodontos, pelicosaurios, cinodontos…) Todos ellos se perdieron para siempre. Y fue por culpa de la contaminación de la atmósfera.

En lo que hoy es Siberia, una gigantesca pluma de manto (una columna de magma caliente proveniente del manto profundo de la Tierra) alcanzó la superficie. Originó una serie de volcanes gigantescos. Se produjeron las mayores erupciones de la historia de la Tierra. La pluma de manto quemó los depósitos de carbón, de petróleo y los bosques.

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Era finales del Pérmico y la naturaleza hizo algo muy parecido a lo que estamos haciendo los seres humanos hoy en día: quemar los combustibles fósiles y provocar incendios forestales.

Como consecuencia de estos fenómenos, la concentración de CO2 en la atmósfera del Pérmico aumentó rápidamente, pasando de poco más de 200 partes por millón (ppm) a unas 600 ppm.

Hasta entonces el Pérmico había sido una época fría. Pero con el efecto invernadero de las 600 ppm de CO2, la Tierra se calentó muy pronto. Unos 5º centígrados de media.

Puede que no parezca mucho. Pero el resultado fue tan catastrófico que al final del Pérmico se produjo la mayor extinción de la historia del planeta.

Tanto que estuvo a punto de desaparecerla vida sobre la Tierra. Apenas sobrevivió el 5% de las especies.

Muchos grupos de animales, plantas y microorganismos que hasta entonces habían sido muy exitosos fueron borrados de la faz de la tierra.

Y la causa de todo fue la contaminación atmosférica que dio lugar a un calentamiento de apenas 5º centígrados.

¿Aprenderemos?

Desde la Revolución Industrial ya hemos incrementado 2 grados la temperatura del planeta

Con estos antecedentes no parece buena idea que juguemosa contaminar la atmósfera con gases de efecto invernadero que produzcan calentamiento global.

Desde la Revolución Industrial la quema de combustibles fósiles ya ha incrementado la temperatura de la Tierra en casi 2º centígrados. Sigue subiendo rápidamente y no hacemos mucho por evitarlo.

Pero, aparte de las catástrofes climáticas que amenazan el futuro cercano de nuestro planeta, contaminar la atmósfera ya está teniendo un efecto catastrófico sobre la salud pública.

Tanto que los últimos datos hablan de que la contaminación atmosférica está vinculada directamente con la muerte de unos siete millones de personas

La contaminación atmosférica causa de media 120 muertes por cada 100.000 habitantes. Pero en muchas zonas de Asia (China, India) y de la antigua Europa del este (Bulgaria, Croacia, Rumanía, Ucrania) se superan las 200 muertes por 100.000 habitantes.

A la vista de estas cifras, si la causa de la muerte fuese un agente infeccioso, sin duda estaríamos hablando de una grave pandemia mundial.

El 35%
de los españoles respira cotidianamente aire muy contaminado
18.337
Personas
mató la gripe A, causando una alerta mundial. La contaminación mató a 10 millones en el mismo periodo, y a casi nadie parece importarle.
200
Muertes
por cada 100.000 habitantes provoca ya la contaminación en algunas zonas del mundo

El asunto es sorprendente: la pandemia de gripe A (H1N1) que surgió en 2009 y terminó en 2010 desató la alarma generalizada en todo el mundo. Durante meses fue la noticia de más impacto en noticieros televisivos y periódicos.

La población hizo acopio del antiviral oseltamivir (Tamiflu)… En total mató en todo el mundo a 18.337 personas. Durante el mismo período murieron en el mundo casi 10 millones de personas por la contaminación atmosférica. A casi nadie le preocupó lo más mínimo.

Solo durante la última década, la contaminación atmosférica ha causado más 93.000 muertes en España. En la actualidad ya superamos de largo las 10.000 muertes al año, en una tendencia que crece a toda velocidad.

Un 35% de los españoles respira cotidianamente aire muy contaminado. Y las estadísticas indican un crecimiento muy rápido de la contaminación atmosférica.

Llama la atención que ante semejante problema nuestros políticos hagan tan poco (recordemos el intento de derogar Madrid Central que hizo el alcalde José Luis Martínez-Almeida, y que fue paralizado por la justicia).

‘La tragedia de los bienes comunes’ la explicación de Garrett Hardin en la revista Science

La explicación al poco caso que hacemos de un problema tan importante puede estar en un concepto desarrollado por Garrett Hardin en 1968, publicado en la prestigiosa revista Science: la tragedia de los bienes comunes.

Según el concepto de Garret cuando diferentes individuos actúan independientemente buscando su interés personal y sin regulación superior alguna, siempre terminan por destruir un recurso compartido limitado (el bien común) aunque, a la larga, a ninguno de ellos, ni como individuos ni en su conjunto, les convenga que el bien común se destruya.

Garrett Hardin lo explicaba con un ejemplo que había ocurrido varias veces a lo largo de la historia:
imaginemos un bien común, en concreto un pasto comunal cuyo uso es compartido entre diversos ganaderos.

Al principio, cada uno de los ganaderos tiene un número determinado de animales en ese pastizal. Pero a cada ganadero a título individual siempre le compensa aumentar el número de su ganado.

Al hacerlo las ganancias son solo para él y las pérdidas (medidas como el deterioro por sobre-explotación del pasto comunal) se reparten entre todos los ganaderos. Resulta rentable.

Y consecuentemente, más tarde o más temprano los ganaderos, uno tras otro, terminarán incrementando su rebaño para maximizar su ganancia.

Pero al maximizar su propio beneficio han entrado en una tendencia suicida: relativamente pronto, en algún punto de ese proceso se superará la máxima capacidad de carga del pasto comunal para proveer alimento suficiente para todo el ganado.

Y como el ganado agota los pastos sin que a estos les dé tiempo a recuperarse, el pastizal termina devastado y el ganado muere debido al agotamiento por sobre-explotación del recurso.

La historia de la humanidad está llena de ejemplos ‘suicidas’

La historia de la humanidad está íntimamente ligada a la tragedia de los bienes comunes (sin duda la extinción por el hombre de las megafaunas es el mejor ejemplo, aunque el agotamiento de los grandes caladeros pesqueros o la contaminación del medio ambiente son ejemplos más cercanos).

¿Como escapar del dilema en el que muchos individuos actuando racionalmente en su propio interés terminan por destruir un recurso compartido y limitado, incluso cuando es evidente que esto no beneficia a nadie a largo plazo?

La contaminación atmosférica es un ejemplo del dilema de lo común: individualmente es mejor utilizar mi propio coche y calentar mi casa quemando combustibles fósiles, aunque sé que pronto acabaré destruyendo un bien común imprescindible.

Sale a cuenta contaminar el medio ambiente: el beneficio es para quien contamina, mientras que el perjuicio se reparte entre todos los seres vivos del planeta.

La historia está llena de ejemplos que no permiten ser optimistas. Por más hambrunas calamitosas que generó la tragedia de lo común a lo largo de la historia, no hemos sido capaces de variar nuestro comportamiento. Pero ahora es distinto: la tragedia de lo común puede acabar con la humanidad.

La atmósfera es una capa extremadamente tenue que rodea el planeta. Es asombrosamente pequeña: de hecho, apenas constituye el 0.00009% de la Tierra.

Para hacernos una idea más precisa de su tamaño pongamos un ejemplo: en algunos museos y bibliotecas (por ejemplo, en el Escorial) pueden verse unos magníficos globos terráqueos de madera con hermosos mapas de los continentes. Esos globos terráqueos se frotan suavemente con un trapo con cera para mantenerlos brillantes. La cera deja una minúscula capa que les sirve de aislamiento.

Por supuesto el espesor de esta capa de cera en la superficie del globo terráqueo es ínfimo. Pero en proporción es mayor que el espesor de la atmósfera con respecto a la Tierra. En solo unos pocos kilómetros de altura está la mayor parte de la atmósfera (como bien saben los alpinistas que suben a montañas elevadas).

Y recordemos que, si laTierra fuese del tamaño de una naranja, su superficie sería muchísimo más lisa. Es más, el Everest sería un accidente mucho menor que cualquier rugosidad de la piel de la naranja. Y en la cima del Everest apenas hay aire.

En los últimos 200 años hemos liberado cerca de 500.000 millones de CO2

Desde la revolución industrial los humanos no hemos dejado de contaminar masivamente la atmósfera: se estima que hemos liberado cerca de 500.000 millones de toneladas de CO2 en los últimos 200 años. Es una cantidad ingente: unas 1.000 veces más que la masa de todos los seres humanos que existen hoy en día.

Lógicamente añadir tanto CO2 a una atmósfera tan tenue va a tener consecuencias. Antes de la revolución industrial la atmósfera tenía unas 280 ppm de CO2. Ahora tiene más de 400 ppm y su cantidad sube rápidamente en casi 3.5 ppm por año.

La temperatura aumenta rápidamente. Y estamos en la mayor crisis de la biodiversidad de los últimos 60 millones de años. Ya estamos asistiendo a una extinción masiva de especies.
La tragedia de lo común nos lleva a jugar con fuego.

Durante los últimos años los astrónomos han dedicado mucho esfuerzo a buscar planetas orbitando alrededor de estrellas lejanas de nuestra propia galaxia. La suerte les ha sonreído en numerosas ocasiones. Encontraron lo que buscaban. No es de extrañar: se calcula que hay, al menos, 160.000 millones de planetas solo en la Vía Láctea.

El siguiente paso fue averiguar cuántos de ellos tienen atmósfera gaseosa y agua líquida y clima semejante al de la Tierra (y parece que podría haber hasta 27.000 millones de ellos).

Lógicamente debería haber vida en muchos de ellos. Incluso vida inteligente y tecnológicamente avanzada. El astrónomo Frank Drake calculó con una elegante ecuación cuántos planetas deberían tener vida inteligente capaz de comunicarse con nosotros mediante radiotelescopios. La cifra era altísima.

Pero a pesar de décadas de investigación en el programa SETI (búsqueda de inteligencia extraterrestre), de la utilización de grandes radiotelescopios y del trabajo de miles de personas, no hemos encontrado vida inteligente.

El gran físico Enrico Fermi explicó esta paradoja: aunque hay una alta probabilidad de que existan millones de civilizaciones inteligentes en el universo observable, el hecho de que no hayamos encontrado evidencias de ninguna de ellas solo puede explicarse porque ninguna civilización tecnológica sobrevive muchos años al deterioro de su medio ambiente que produce el progreso.

Tal vez solo sea una consecuencia inevitable de la tragedia de los bienes comunes.